17 de marzo de 2012

17 de Marzo.







Un año más, una vez más, otra semana más, lejos de mi tierra, lejos de mis fiestas, lejos de mis deseos de estar con ellos, con mi familia. Todo está extremadamente lejos, ochocientos kilómetros nos separan, más un deseo de valor incalculable de una niña de 11 años que sigue creciendo ansiosa de cumplirlo.
No son unas fiestas cualquiera, son las fiestas del lugar donde siento que respiro, donde siento una sensación de alivio cada vez que cruzo ese cartel en el que pone escrito "Valencia." Ese sentimiento tan fuerte que siento cada vez que veo sus campos llenos de naranjas, esa gran cúpula redonda apartada del centro, y ese pequeño pueblecito a su lado.

La mayoría tienen suerte de tener familiares a quienes visitar, muchos no lo tienen en cuenta, se quejan, muestran demasiada indiferencia, o simplemente pasan, no saben lo que tienen, no saben lo que es tener que conformarte con verlos, con suerte, dos veces al año. 
Y es que si 365 días tiene un año, mis padres y yo nos conformamos solo con 6 días de esos 365 para verlos. 
Todavía recuerdo la primera vez que conocí esas fiestas a las que yo ahora les llamo mías, recuerdo perfectamente el ruido ensordecedor de la mascleta, el temblor del suelo que sentíamos los que estábamos cerca, esa gran nube de humo gris que se elevaba hacia el cielo en el que se perdía, el que dejaba ese olor a petardo que a mi tanto me gustaba y me gusta.
Recuerdo todos los extranjeros que al igual que yo se perdían entre los colores de esa grandes figura de 30 metros de poliestireno que yo miraba sorprendida, porque con mi metro cincuenta de altura en ese momento todo aquello que yo miraba era demasiado surrealista, era salido de un cuento, uno en el que muchos ciudadanos extranjeros y yo nos adentrábamos, recuerdo perfectamente aquella falla de figuras chinas, bailarinas, con la tez blanca, vestidos de fuego, una encima de otra en perfecto equilibrio, y si recuerdo bien también un señor barbudo con cara de pocos amigos, era una falla elegante, preciosa, una de las que a mi me enamoraron. 
También recuerdo una de un dragón de un color vivo supongo que sería verde, con una pareja de niños encima de el, con una gran sonrisa en sus caras, recuerdo el humor de cada falla que yo en ese momento no entendía, algún que otro político entre ellas que le daba realismo a esa fantasía que era para mi, a las que habían llamado fallas.
Recuerdo perfectamente la virgen que poco a poco era vestida con un manto de flores, rojos, blancos, creo que hasta lilas, ramos de flores que los falleros llevaban en sus manos durante la larga caminata, que para mi era como una manifestación llena de color y elegancia, todos esos bebés, niños, adultos y ancianos que un año más celebraban su tradición. Las mujeres con sus típicos peinados de uno o tres moños, y sus típicos trajes que según mi padre representaban o eran del siglo XVIII. Algunos se emocionaban cuando cada vez mas cerca veían a su virgen, otro nos saludaban al ver nuestras caras de atontados por cada detalle de sus trajes. Me encantó aquello a lo que le llamaban ofrenda.
También me viene a la mente esa imagen de mi, subida a una farola en un puente atestado de gente para ver los primeros fuegos artificiales de la primera noche de fiesta. Es difícil de explicar todos los colores que pintaban el cielo negro de Valencia, todos esos llamativos colores que con dificultad yo miraba mientras escuchaba esos golpes de sonido cada vez que uno sobrevolaba de nuevo el cielo. Aún me queda ver la gran noche, La Nit del Foc, la noche en la que el cielo se llenó de fuego mientras mis padres y yo nos perdíamos por el barrio. 
Y por último la cremá, yo no lo entendía, bueno lo entendía pero no quería entenderlo, me daba pena ver como las figuras que había visto durante toda la semana ardían, se quemaban delante de mis ojos, se convertían en ceniza, me acuerdo de que la primera figura que vi caer fue la de aquel ángel que tocaba la trompeta en ese falla que tenía el gran dragón. Recuerdo que me consolaba pensando que al año siguiente podría volver, podría volver a escuchar los petardos de mi tierra, podría volver a ver los colores que iluminan el cielo nocturno, podría volver a sentir el sentimiento de los pocos falleros de los muchos valencianos que recorrían las calles para regalar sus flores a su virgen, pensé que podría volver a ver como de nuevo las fallas que se hicieron un hueco en mis recuerdos se quemaban. 
Tres o cuatro años después sigo esperando, sigo deseando y sigo soñando con poder volver a ver y sentir de nuevo mis fiestas. 


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