#02: Amarga inocencia.

Empiezo a correr y a sortear a mis vecinos como si me fuese la vida en ello, lo único que necesito es congelar unos minutos más el tiempo, olvidar el impacto de la mano de mi padre en mi mejilla. Que la brisa borrelas huellas de sus dedos de mi cara como por arte de magia, y conseguir evadirme del mundo en la carrera.

Solo necesito sentir que el odio que cómodamente se ha hecho a mi desaparece, y que el rencor causado por la frialdad de mi padre en el acto, no consigue apoderarse de mi.

Me concentro en el movimiento sistemático de mis piernas pisando cada adoquín sin tropezarme, y sin conseguir llevarme todo lo que pillo por delante.

Tal vez mi velocidad sea escasa, pero la adrenalina que corre por mis venas altera mi percepción y me hace sentir como un lobo herido haciéndose paso entre los árboles a duras penas, o peor, como una liebre temiendo a ser cazada, un gazapo que depende de esa carrera contrarreloj en la que los segundos perdidos se le ponen en su contra, me acabo de convertir en la presa de los recientes recuerdos de la ira de mi padre enrojeciendo su cara, hinchando aquella vena apenas perceptible de su sien, desorbitando sus ojos, y haciendo que sus dientes rechinasen en cada palabra que difícilmente pronunciaba. Había convocado al monstruo que lo formaba con tan solo pronunciar una palabra clave. Había activado un estallido de rabia letal para mi orgullo y una sucesión de miradas de odio tan solo por sincerarme y contarle que había quedado con un judío.

Después todo fue muy rápido, mi madre consumida por el miedo en una esquina del sofá, mi padre agarrándome del brazo con fuerza y asestándome, con la mano libre, una bofetada imposible de olvidar. 

Nunca se lo perdonaré , pero en este momento solo necesito liberar el veneno formado por el odio, el rencor y la angustia que corre por mis venas.

Deambulo veloz sin un destino fijo, tan solo me dejo llevar por mi instinto, puedo recorrer estas calles con los ojos cerrados,  reconozco por mis demás sentidos la panadería en la que cada mañana compramos el pan a Ádelbert, los edificios grisáceos que invitan a salir corriendo sino fuese por el agradable olor de las flores de Abil, el Banco donde trabaja mi padre, y a la derecha de esta misma calle uno de mis lugar preferidos.

La oficina de correos.

El olor a papel y tinta que me gusta imaginar, el color oxidado de el león en el que echamos las cartas, el sonido chirriante de las puertas de la oficina, el rugido del motor de la furgoneta BMW que puntual, a las ocho de cada mañana transporta los paquetes importantes, y por último, allí, en la esquina de la calle, número 21, una puerta de madera de pino de grandes dimensiones, un lugar elegante en comparación con la poca estética de la calle, un buen lugar para pasar desapercibida ante los ojos de la gente. Este mi rincón, mi escondite nada secreto, pero en el que me gusta sumergirme.

Me encanta este lugar porque me recuerda a él, porque fue aquí dónde lo conocí.
En su hombro colgaba una cartera de cuero que cerraba con un botón dorado. Caminaba arrastrando los pies, con el pelo tan alborotado como siempre, sus ojos grises puestos en el suelo esquivando los charcos que el otoño trajo como bienvenida, y tarareando una canción aparentemente pegadiza. 
Jugaba con la goma que servía de cierre en la cartera con concentración mientras seguía el ritmo de la melodía que tarareaba, como si interpretase uno de los mejores solos de guitarra.

Poco después cesó, abrió la cartera y con concentración cogió un par de cartas en aquel mismo portal en el que yo ahora mismo descanso después de la carrera.

Recuerdo como con suma delicadeza echó las cartas en su buzón, y entonces me miró, impasible, con la frialdad de unos ojos grises, sentí como me traspasaba con la mirada, como conocía cada pequeño detalle que me formaba, como si me hiciese una fotografía mental para recordarme sin escrúpulos, como si me hubiese visto un centenar de veces, como si me conociese desde siempre. Era imposible no enrojecer ante su atenta mirada y mucho menos no enamorarse de su sonrisa ladeada.

-¿Minna Höhner? – Preguntó cuando  me iba.

Dudé aturdida, me costó reaccionar, no recordaba a aquel chico, en cambio él me conocía, pero ¿de qué?

-La misma. – Dije intentando mostrar seguridad ocultando mi desconfianza.

- Toma. – Me dijo rebuscando en su cartera – Esto es tuyo.

En mis manos un sobre parduzco, con un sello de dos flores marchitas irreconocible.

Había recibido hasta entonces muchas cartas, pero aquella era especial, tal vez por su extraño anonimato basado en una firma indescifrable, o tal vez por lo misterioso que resultaba mi cartero observando cada una de mis reacciones. 
Observé el sobre varias veces sorprendida y me dispuse a agradecérselo cuando desperté del aturdimiento, pero él había aprovechado mi estado para desaparecer, y allí me quedé y quedo con aquel sobre antiguo en mis manos y cientos de preguntas por responder. 

*  *  *  *  

Siento mi desaparición, he estado demasiado ocupada, han sido las fiestas de mi pueblo y mi cuadrilla y yo participamos en ellas por lo que no he tenido tiempo ni para pensar. 

También siento la duración del capítulo, sé que seguramente se os haga demasiado largo y que tal vez pierda lectores si continuo así, pero seguramente todo lo que escriba sea de esta longitud porque hacerlos cortos me sabe a poco. 

No me convence demasiado lo que he escrito, quería volver fuerte y dejaros con buen sabor de boca, pero dudo que así sea, bueno, he hecho lo que he podido.

Este capítulo creo que tiene pequeños detalles que pasan desapercibidos por el misterio de la carta, pero que iré desarrollando en los demás, a ver si consigo esa sensación que me dejan algunos libros cuando me hacen recordar el principio. ¿Sabéis de lo que hablo? 

Bueno, pues nada, aquí estoy de nuevo, sé que la última vez dije lo mismo, pero esta vez espero poder cumplirlo y escribir con más frecuencia. Si os abandono no es porque quiera, sino porque no tengo tiempo, ya que si por mi y por mi inspiración fuera me pasaría escribiendo las 24 horas del día.

Como podéis ver he cambiado el diseño, me cansaba la monotonía y oscuridad del negro, necesitaba ya un poco de alegría y estoy bastante contenta con el resultado. 

Espero que disfrutéis mucho de este último mes de verano y que os guste al menos un poco este capítulo. 

Un besazo, gracias por todo.