10 de agosto de 2012

#03: Nacken.









Saco el sobre del bolsillo después de disfrutar de los primeros y últimos recuerdos de mi cartero. 
Desdoblo la hoja guardada con cuidado y la aliso con mis manos sobre mis piernas. 
Esa caligrafía todavía me resulta desconocida, y después de muchas preguntas respecto al contenido del sobre, (poesía de Erik Johann) no he encontrado ninguna respuesta. ¿Cuánto ha podido pasar desde entonces? ¿Tal vez año y medio? No. Mucho más.
"La tarde se adorna con nubes de oro,

Las hadas bailan en la pradera

Y el Nacken, coronado con hierbas,

Toca su violín en el arroyo de plata."


No necesito leerlo, me sé el poema de memoria, pero me gusta acompasar mis pensamientos con la lectura, me da igual las personas que me miran raro al pasar, me da igual la emoción que siento cada vez que tengo en mis manos el escrito, no me importa desdibujar la tinta con mis lágrimas. Demasiados recuerdos inmortalizados, demasiados sentimientos contenidos y demasiadas acciones meditadas como para seguir aguantando, por eso me gusta releer mi carta, porque es el único modo de concentrarme en algo lo suficiente como para olvidar todo lo que me rodea. 
"Niño en el pincel sobre el banco,

Descansando en el vapor violeta,

Oye de pronto el murmullo del agua fresca,

Llamando desde la noche inmóvil."


Nunca se me ha dado bien encontrar el sentido a la lírica, me gusta como suenan sus palabras gracias a la métrica, me gusta leer los versos despacio, en alto, y de uno en uno. No me molesto en leer un conjunto ya que para mi es imposible encontrar un significado, por eso me dejo llevar por la belleza de las palabras y dejar para otros el resto. 
Muchas veces, en casos extremos como este me gusta sentirme envuelta en ese vapor violeta del que habla, imaginar que la herida abierta después de la bofetada se cierra gracias a ese mágico ambiente, que el murmullo del agua me invita a sumergirme, me invita a abandonar la búsqueda del sentido de mi vida. 
Pero lo triste es despertar.
"Pobre compañero ¿por qué tocas?

¿Acaso calmará tu dolor?

Puedes traer los bosques y los campos a la vida,

Más nunca serás un hijo de dios."
Recuerdo como muchas veces las pesadillas decoraban mis sueños, como aquellas sombras envolvían mi subconsciente haciendo que temblara de miedo, que me levantase sobresaltada entre gotas de sudor. 
Esta estrofa es mi despertar, un despertar efímero y contradictorio, es el despertar de la dulzura de un sueño para internarte en la pesadilla; en la realidad; en la vida; en la tristeza; en la dureza de los acontecimientos.
Esta es mi realidad, por más que busque entre mis sueños, y por más que me deje llevar por mi imaginación toca despertar, toca ser consciente de que toca volver a caer para levantarse, toca volver a darlo todo por perdido para darte cuenta de que estás equivocado. 

 “ Las noches de luna en el paraíso,

Las flores edénicas -planicies coronadas
De ángeles en las alturas-
Nunca por el ojo fueron contempladas."
Hay muchas maneras de descifrar una poesía, hay muchas maneras de ver la vida, y miles de puntos de vista. El último verso para mi, es mi perdición, yo entiendo de él que todas mis ilusiones, todos mis sueños, todas esas ganas puestas en algo no tienen sentido, no han servido, son inútiles por el momento porque nunca las he contemplado. Como podéis observar tengo una forma muy negativa de ver la vida, o tal vez solo es la tormenta de sentimientos que me invade en este momento.
"Lágrimas fluyen por el rostro del anciano,

Sumergiéndose profundo en los rápidos,

El violín calla.

El Nacken jamás volvió

A tocar en el arroyo de plata."

Se me hiela la sangre cada vez que leo el final, pero me gusta, me gusta el realismo del poema después de la mágica fantasía, me gusta que el poeta deje la cosas claras, porque al fin y al cabo este es nuestro final, no acabaremos de manera tan poética pero como dice mi madre todo río desemboca en el mar y todo nacimiento desemboca en la muerte, así que por eso cada vez que termino de leer me siento con fuerzas, me siento con ganas de demostrar quien soy para que cuando llegue mi hora me reconozcan por haber luchado contracorriente cada vez que me invadieron los problemas, y no por morir del agotamiento psicológico causado por la pena. 
Si os soy sincera, me asusta ese final, lo vivo de cerca, cada día, cada vez que cruzo el umbral de mi puerta me espera esa fría y distante mirada amainada por la tristeza. Me asusta la palidez de mi madre que cada día está más consumida, más delgada, cada vez es más la viva imagen de la triste muerte que le espera. 
Ella, como todas las mujeres de Alemania, vive para su marido. 
Ellos trabajan, traen el sueldo a casa mientras ellas ataviadas con delantales se ahogan de desolación entre las ollas y cacerolas.
Yo no quiero ese futuro para mi, yo quiero libertad, pero corren tiempos duros como para encontrarla, y ahora mucho más que empiezo a escuchar por las calles exterminio y guerra.
Me levanto del portal y doblo mi poesía, la guardo con cuidado en su sobre, acaricio los tulipanes blancos y cabizbajos del sello, y de nuevo me interno entre las sombras de mis calles satisfecha con mi razonamiento. 

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