Saco
el sobre del bolsillo después de disfrutar de los primeros y últimos recuerdos de mi
cartero.
Desdoblo
la hoja guardada con cuidado y la aliso con mis manos sobre mis piernas.
Esa
caligrafía todavía me resulta desconocida, y después de muchas preguntas
respecto al contenido del sobre, (poesía de Erik Johann) no he encontrado
ninguna respuesta. ¿Cuánto ha podido pasar desde entonces? ¿Tal vez año y
medio? No. Mucho más.
"La
tarde se adorna con nubes de oro,
Las
hadas bailan en la pradera
Y
el Nacken, coronado con hierbas,
Toca
su violín en el arroyo de plata."
No
necesito leerlo, me sé el poema de memoria, pero me gusta acompasar mis
pensamientos con la lectura, me da igual las personas que me miran raro al
pasar, me da igual la emoción que siento cada vez que tengo en mis manos el
escrito, no me importa desdibujar la tinta con mis lágrimas. Demasiados
recuerdos inmortalizados, demasiados sentimientos contenidos y demasiadas
acciones meditadas como para seguir aguantando, por eso me gusta releer mi
carta, porque es el único modo de concentrarme en algo lo suficiente como para
olvidar todo lo que me rodea.
"Niño
en el pincel sobre el banco,
Descansando
en el vapor violeta,
Oye
de pronto el murmullo del agua fresca,
Llamando
desde la noche inmóvil."
Nunca
se me ha dado bien encontrar el sentido a la lírica, me gusta como suenan sus
palabras gracias a la métrica, me gusta leer los versos despacio, en alto, y de
uno en uno. No me molesto en leer un conjunto ya que para mi es imposible
encontrar un significado, por eso me dejo llevar por la belleza de las palabras
y dejar para otros el resto.
Muchas
veces, en casos extremos como este me gusta sentirme envuelta en ese vapor
violeta del que habla, imaginar que la herida abierta después de la bofetada se
cierra gracias a ese mágico ambiente, que el murmullo del agua me invita a
sumergirme, me invita a abandonar la búsqueda del sentido de mi vida.
Pero
lo triste es despertar.
"Pobre
compañero ¿por qué tocas?
¿Acaso
calmará tu dolor?
Puedes
traer los bosques y los campos a la vida,
Más
nunca serás un hijo de dios."
Recuerdo
como muchas veces las pesadillas decoraban mis sueños, como aquellas sombras
envolvían mi subconsciente haciendo que temblara de miedo, que me levantase
sobresaltada entre gotas de sudor.
Esta
estrofa es mi despertar, un despertar efímero y contradictorio, es el despertar
de la dulzura de un sueño para internarte en la pesadilla; en la realidad; en
la vida; en la tristeza; en la dureza de los acontecimientos.
Esta
es mi realidad, por más que busque entre mis sueños, y por más que me deje
llevar por mi imaginación toca despertar, toca ser consciente de que toca
volver a caer para levantarse, toca volver a darlo todo por perdido para darte
cuenta de que estás equivocado.
“ Las noches de luna en el paraíso,
Las
flores edénicas -planicies coronadas
De
ángeles en las alturas-
Nunca
por el ojo fueron contempladas."
Hay
muchas maneras de descifrar una poesía, hay muchas maneras de ver la vida, y
miles de puntos de vista. El último verso para mi, es mi perdición, yo entiendo
de él que todas mis ilusiones, todos mis sueños, todas esas ganas puestas en
algo no tienen sentido, no han servido, son inútiles por el momento porque nunca
las he contemplado.
Como podéis observar tengo una forma muy negativa de ver la vida, o tal vez
solo es la tormenta de sentimientos que me invade en este momento.
"Lágrimas
fluyen por el rostro del anciano,
Sumergiéndose
profundo en los rápidos,
El
violín calla.
El
Nacken jamás volvió
A
tocar en el arroyo de plata."
Se me hiela la sangre
cada vez que leo el final, pero me gusta, me gusta el realismo del poema
después de la mágica fantasía, me gusta que el poeta deje la cosas claras,
porque al fin y al cabo este es nuestro final, no acabaremos de manera tan
poética pero como dice mi madre todo río desemboca en el mar y todo
nacimiento desemboca en la muerte, así que por eso cada vez que termino de leer me
siento con fuerzas, me siento con ganas de demostrar quien soy para que cuando
llegue mi hora me reconozcan por haber luchado contracorriente cada vez que me
invadieron los problemas, y no por morir del agotamiento psicológico causado
por la pena.
Si
os soy sincera, me asusta ese final, lo vivo de cerca, cada día, cada vez que
cruzo el umbral de mi puerta me espera esa fría y distante mirada amainada por
la tristeza. Me asusta la palidez de mi madre que cada día está más consumida,
más delgada, cada vez es más la viva imagen de la triste muerte que le
espera.
Ella,
como todas las mujeres de Alemania, vive para su marido.
Ellos
trabajan, traen el sueldo a casa mientras ellas ataviadas con delantales se
ahogan de desolación entre las ollas y cacerolas.
Yo
no quiero ese futuro para mi, yo quiero libertad, pero corren tiempos duros
como para encontrarla, y ahora mucho más que empiezo a escuchar por las calles
exterminio y guerra.
Me levanto del portal y doblo mi poesía, la
guardo con cuidado en su sobre, acaricio los tulipanes blancos y cabizbajos del
sello, y de nuevo me interno entre las sombras de mis calles satisfecha con mi
razonamiento.
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